domingo, 9 de marzo de 2008

“¡Échese un palo, compañero!”


Por muy extraña que pueda parecerle la expresión a las personas nacidas fuera de Venezuela, en nuestro país “caerse a palos” no es, en ningún modo, una conducta agresiva, tampoco tiene nada que ver con los bates o “palos” de béisbol (aunque un partido es una ocasión siempre aprovechada para hacerlo, no importa cuáles equipos se estén enfrentando ni el resultado del juego). Para los venezolanos, el “caerse a palos” es, sencillamente, echarse unos tragos, beber licor, bien sea en una fiesta, en un estadio, en la bodega de la esquina; sea para celebrar, para enamorarse, para matar un despecho, para acompañar una comida o... cualquier otra excusa.
Aunque todos conocemos esta curiosa expresión, no todos estamos enterados de su origen; del por qué llamamos “palo” a un vaso o medida de licor, sea éste cual sea.
En el país rural que fuimos durante el siglo XIX y principios del XX, antes de la creación de una moneda única oficial y de un Banco Central que la emitiera, en el país tenían curso muchas monedas, algunas de la época de la Colonia, otras emitidas después de la Independencia, incluso monedas extranjeras; y también existían monedas de uso estrictamente local, emitidas por organismos regionales y hasta por algunos hacendados, que las utilizaban para pagarle a los peones de sus haciendas por su trabajo en el campo. Estas monedas emitidas por los patrones no siempre eran tales, en muchos casos se recurría a elementos de fácil acceso en la zona, y era muy común que para tales efectos se recurriera al uso de varitas o “palitos”. Estos palitos eran, en efecto, válidos para ser utilizados en cualquier transacción de compra venta... dentro de la hacienda donde se “pagaban”, es decir que si un peón quería comprar cualquier bien podía hacerlo con dichos palitos en la bodega o comercio que, convenientemente, existía dentro de la misma finca.
Los bienes que se adquirían allí tenían su precio marcado: tantos palitos por un kilo de arroz, tantos por una lata de aceite, o por una barra de jabón, etc. Y, por supuesto, entre los artículos en venta estaba también el licor... una medida o vaso frecuentemente tenía un precio fijado de “un palo”; cuando, al final de la semana, los peones recibían su pago, era normal que fueran a la bodega a iniciar el fin de semana “echándose los palos”. Y son muchas las crónicas costumbristas que también se refieren a más de un hacendado “cayéndose a palos” con sus amigos y con los mismos peones.
El tiempo ha pasado muchas páginas en los almanaques: generalmente se cancela el trabajo con moneda de curso legal; ya los trabajadores no están restringidos a comprar en la zona donde trabajan; ya no es sólo una medida de ron o un vasito de caña blanca en el botiquín de la esquina o en la bodega de la hacienda, sino también licores importados en restaurantes de primera en la capital; pero en nuestra expresión popular, hoy como ayer, las bebidas espirituosas siguen llamándose “palos”. ¡Salud, compañero!

1 comentario:

Ricardo Guerrero dijo...

Bueno gocho, bien bueno...