La verdad es que durante años asociaba las tiendas de las gasolineras con las manidas botellitas de Winss, y si acaso con alguna gamuza para limpiar los cristales. Poco a poco, la cosa se fue poniendo seria y comenzaron a vender más artículos, colocándose como estrellas indiscutibles del ranking el sandwich envasado y la bolsa de hielos. Hasta ahí, todo más o menos normal, eso sí, a precios muy elevados, de gasolinera.
Ultimamente he reparado en un hecho, que desconozco si es algo aislado o sucede en otras estaciones de servicio, y es que cuando reposto combustible en alguna de las gasolineras de la carretera que lleva al pueblo donde vivo, al ir a pagar me suele entrar la duda de si estoy en una tienda de delicatessen, una frutería de lujo o apoquinando sesenta euros de diesel.
En una de ellas, invariablemente siempre que saco la cartera para aflojar la cuenta (esta mañana sin ir más lejos) la encantadora empleada me dice: tenemos las naranjas de oferta, ¿desea llevar una caja? Yo me pellizco desconcertada intentando ubicarme, miro hacia donde me indica y veo una pandilla de naranjas acostadas en una caja de madera, redondas, anaranjadas y tersas. Difícilmente encuentro ejemplares así en las fruterías. Nunca las he comprado, que siempre me viene mal pasearme por Madrid con una caja de naranjas en el maletero, pero creo que solo por despejar dudas, ya va tocando.
Y de vuelta… la vuelta es apoteósica. Cuando regreso a casa con el depósito emitiendo estertores, solo con unas gotas de gasóleo en su interior, entro en la gasolinera correspondiente y después de colgar la manguera, sé lo que va a suceder. Barritas de pan de tahona, habladoras ellas, que dicen cómeme con sensualidad; chorizos embotados en aceite, lomo de orza, y unos dulces de quitar el sentido. Las flores de sartén han conseguido montar en mi coche en más de una ocasión, pero no en el maletero, no, sentadas junto a mí, que casi les pongo el cinturón de seguridad, no sea que me sufran por el camino.
Y me pregunto, ya que podemos echar gasolina en el hipermercado, ¿acabaremos haciendo la compra en la gasolinera?
Ultimamente he reparado en un hecho, que desconozco si es algo aislado o sucede en otras estaciones de servicio, y es que cuando reposto combustible en alguna de las gasolineras de la carretera que lleva al pueblo donde vivo, al ir a pagar me suele entrar la duda de si estoy en una tienda de delicatessen, una frutería de lujo o apoquinando sesenta euros de diesel.
En una de ellas, invariablemente siempre que saco la cartera para aflojar la cuenta (esta mañana sin ir más lejos) la encantadora empleada me dice: tenemos las naranjas de oferta, ¿desea llevar una caja? Yo me pellizco desconcertada intentando ubicarme, miro hacia donde me indica y veo una pandilla de naranjas acostadas en una caja de madera, redondas, anaranjadas y tersas. Difícilmente encuentro ejemplares así en las fruterías. Nunca las he comprado, que siempre me viene mal pasearme por Madrid con una caja de naranjas en el maletero, pero creo que solo por despejar dudas, ya va tocando.
Y de vuelta… la vuelta es apoteósica. Cuando regreso a casa con el depósito emitiendo estertores, solo con unas gotas de gasóleo en su interior, entro en la gasolinera correspondiente y después de colgar la manguera, sé lo que va a suceder. Barritas de pan de tahona, habladoras ellas, que dicen cómeme con sensualidad; chorizos embotados en aceite, lomo de orza, y unos dulces de quitar el sentido. Las flores de sartén han conseguido montar en mi coche en más de una ocasión, pero no en el maletero, no, sentadas junto a mí, que casi les pongo el cinturón de seguridad, no sea que me sufran por el camino.
Y me pregunto, ya que podemos echar gasolina en el hipermercado, ¿acabaremos haciendo la compra en la gasolinera?
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