“¿Tampoco tienen aceite aquí? ¡No importa! Mi ánimo está por las nubes, y eso es gracias a que se trajeron el oro de vuelta a Venezuela. ¡Tanta soberanía no se puede aguantar, carajo!” gritó Román Sánchez, luego que le dijeran que no había aceite en el cuarto abasto que visitaba ayer.
Sánchez conversó con nuestro pasante subpagado, mientras éste hacía la cola para hacernos el mercado. “Mire, camarada. ¿Puedo decirte camarada, verdad? ¿Qué importa si no tenemos aceite para freír las empanadas, o papel tualé para limpiarnos? ¿No ves lo soberanos que amanecimos hoy? Pilla: la gente está burda de contenta en la calle. En la cuarta república tu no veías esa vaina, eso de ver gente feliz en la calle. ¿Cómo? ¿Aquí tampoco hay aceite? Bueno, pana, ¿qué le vamos a hacer? ¡No hay rollo, soy feliz, soy soberano!”.
Mientras se dirigían a un nuevo supermercado y presenciaban a un atraco que se frustró por un apagón, Sánchez y nuestro pasante continuaron conversando. “Mi bróder. Mira bien este suelo en el que boto este papelito, este hueco en el que caes, esas calles en las que te echas una hora para avanzar una cuadra. ¿No los ves como más soberanos hoy, a conciencia? Yo te digo una vaina: si este gobierno nos sigue dando toda esta soberanía así sin anestesia, algún día va a pasar algo, como que se muera alguien de tanta felicidad o algo, Dios no lo quiera. ¿La gente puede morirse de felicidad, no? Bueno, me imagino que nos enteraremos pronto”
No hay comentarios:
Publicar un comentario